Y

por Iria Otero Fernández

Un silencio rancio y premeditado reposaba sus inquietudes sobre un sofá blanco-roto por la suciedad de aquel atardecer. A los lados, cuatro cojines rellenos de miedo sintético (del que no encoge en la lavadora) hablaban a través del brillo de sus ojos: Parpadeo – Parpadeo – Punto – Lágrima – Exclamación” lo que en el lenguaje de los antiobjetos quiere decir: Mover esas sucias y gordas barrigas de Ikea y encontrad el puto mando del DVD. Botón rebobinar, rápido!.

El salón hablaba y los créditos ya se veían en pantalla. Conscientes de que aquel era el último día juntos, los cuatro permanecieron allí postrados hasta agotar el día. El silencio bebía lágrimas de grifo filtradas en la BRITA y hacía sopas de recuerdos hasta dejar el plato blanco-roto.

 Por la mañana, no muy temprano, Caperucita buscó en Google Maps antes de partir y descubrió que una vez más había sido engañada. Ninguno de los dos sería un camino corto.